jueves, 6 de junio de 2013

Carlos II el hechizado

Cuando murió, el 1 de noviembre del año 1700, Carlos II no tenía ni siquiera 39 años. Parecía una anciano de 90. La enfermedad se ensaña con el cuerpo biológicamente inerte, y el último Austria fue sufriendo año tras año diferentes grupos morbosos que hicieron de su vida la de un personaje huidizo y melancólico. Un desecho de hombre. Los años que vivió se injertaron en su mundo de una manera rápida, fulminante. Cada año multiplicado por 10. Raquitismo, trastornos gastrointestinales, hidropesía... En realidad, lo sorprendente no es que muriera con menos de 39 años y apariencia de anciano, sino que llegase a vivir esos casi 39 años.
Había nacido en 1661. El 6 de noviembre de aquel año, comiendo en la mesa, Doña Mariana de Austria, sobrina y esposa de Felipe IV, empezó con dolores de parto. Fue un alumbramiento fácil y rápido, y en un breve espacio de tiempo, el rey se encontró con un heredero varón. Bautizado con el nombre de Carlos, la Historia acabaría conociéndolo como El Hechizado.
Fue un niño debilitado. La tara de la consanguinidad predispone a niños débiles en lo físico y en lo psíquico. Esta circunstancia innegable propició una crianza complicada y difícil. Carlos II precisó de hasta 14 amas para la lactancia. Su prognatismo facial, evidente ya de niño como en todos los Austrias, dificultaba en extremo aquélla. Es más, algunas amas de cría solicitaron ser relevadas, pues el niño trituraba sus mamas y pezones sin comedimiento.
Hasta los cuatro años no se destetó el pequeño príncipe Don Carlos, y los huesos del cráneo aún no estaban soldados a los tres años. Fue en aquella época cuando el embajador francés en Madrid dirigió una carta a Luis XIV en la que comunicaba que, poco antes de cumplir los cinco años, el heredero al trono español «seguía sin saber todavía ponerse de pie al andar».




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